Yo creo. Creo que no estamos aquí por mera casualidad. Creo que todos tenemos un objetivo y una misión por la cual estamos aquí. Me es muy difícil pensar que todo es ciencia, que la única forma de conocer es por medio de la razón y que no existe un más allá. Somos mucho más de lo que conocemos de nosotros mismos y si cada uno hiciera lo que debe hacer, el mundo ardería de amor porque estamos llamados a amar y esa es la clave de la felicidad.


jueves, 24 de marzo de 2011

¿La guerra es la paz del futuro?

Cuando tenía diez años en el colegio vimos la película “La guerra del fuego” (La guerre du feu en su versión original). Me llamó mucho la atención porque es una película que está ambientada en los inicios de la humanidad cuando el homo sapiens comenzaba a formar las primeras sociedades. Siempre he tenido gran pasión por la historia, al fin y al cabo la actualidad es resultado de ésta y además pasa a formar parte de ella a medida que transcurre.


En la película se muestran claramente las primeras manifestaciones que podemos llamar “humanas”. No existe el diálogo, es sólo actuación y sonidos. Puedo destacar tres aspectos que me llamaron especial atención: el sentido de grupo (sociedad), los sentimientos (amor, cariño por los tuyos) y por ende la guerra (motivada por una necesidad propia de defender el hogar, el territorio y ligada los sentimientos antes mencionados con el fin de proteger al clan).


Es así como comienza esta “La guerra del fuego”. Una sangrienta batalla donde el grupo protagonista se ve obligado a abandonar su cueva llevándose consigo lo más preciado para el hombre del paleolítico, el fuego. La ley de la selva o la ley del más fuerte dominaban en esas incipientes sociedades. Y así este grupo de hombres prehistóricos comienzan la búsqueda de un nuevo lugar donde vivir, protegiendo el fuego y  lidiando con el sin número de adversidades de aquella época.


Entonces me pregunto: ¿Si esa película muestra el pasado más lejano del homo sapiens, puedo afirmar que la guerra es la paz del futuro? Pero si ni siquiera con las constituciones más antiguas o con los códigos civiles más desarrollados hemos podido evitar los conflictos armados. Pareciera que mientras más avanzan y se desarrollan las sociedades más nos empeñamos en tener una buena defensa. Los países se gastan cantidades millonarias en armamento militar, aviones de guerra, tanques y municiones. Mucho más incluso que en educación o en salud. ¿Qué nos diferencia del peludo homo sapiens del paleolítico? Sólo los avances científicos y las nuevas tecnologías: bombas nucleares en vez de palos y piedras.

En realidad la guerra (entendiendo por guerra cualquier conflicto armado) lleva ocupando las portadas de los periódicos desde el inicio de éstos. Los primeros panfletos se utilizaron como medio de propaganda y como forma de guerra psicológica durante la Primera Guerra Mundial (guerra psicológica, valga la redundancia). Desde ese momento no hemos parado: después de la primera vino la segunda y más tarde la fría de la mano de la de Vietnam. Sin olvidar los conflictos de medio oriente: Israel y el pueblo palestino, la guerra entre Irak e Irán en casi toda la década de los ochenta. Y sí, en 1990 cayó el Muro de Berlín, pero no tardó mucho en estallar la guerra del Golfo. Aún así hay territorio de sobra para desarrollar conflictos y en terminar ésta empezó la guerra de Bosnia justo al año siguiente. Y duró 3 años. Le sigue la guerra de Kosovo que terminó en 99' y para cerrar con “broche de oro” las guerras chechenas en Rusia que finalizaron el milenio.


Pero esto no acaba aquí. En 2001 fue el atentado contras las Torres Gemelas en EEUU que dio comienzo a lo que Bush llamó “la guerra contra el terrorismo”, a quienes les parezca esta frase una paradoja, se refería a la guerra de Afganistán. Porque guerra con guerra no se acaba y como decía mi madre: “para pelear se necesitan dos”.

domingo, 13 de marzo de 2011

Todo se remueve

Hace poco más de un año yo estaba en Berlin. Acababa de llegar a Alemania de mi viaje a Estambul. Había estado más de 48 horas incomunicada y cuando por fin tuve acceso a internet en facebook no se hablaba de otra cosa que no fuera el terremoto en Chile. En ese momento recuerdo que me quedé mirando la pantalla y todo se silenció. Fueron milésimas de segundo pensando en todo: ¿Cómo estarán mis papás? ¿Mi hermana Josefa? ¿Mis abuelos? ¿Mi familia? Intenté llamar por teléfono pero todo Santiago estaba incomunicado. Lo único que podía hacer era mantenerme conectada para ver si había alguna señal que me dijera que todo estaba bien. 

Después de dos horas conectada me llegaron noticias desde España. Mis hermanas habían logrado hablar con mis abuelos en Santiago y con Josefa pero no se sabía nada de mis padres. Ellos se habían ido de vacaciones a las “Termas del Flaco” en San Fernando, un lugar perdido que queda justo bajo de la Cordillera de los Andes, plena zona afectada por el terremoto. No puedo describir con palabras la angustia de esos momentos. Por supuesto ellos estaban incomunicados y nadie sabía nada sobre su situación.

Entonces recé. Recé después de mucho tiempo. Le rogué  a Dios que mis padres estuvieran bien y que no les hubiera pasado nada. Era lo único que podía hacer en esa situación. Me sentía impotente y frustrada, nada estaba en mis manos.

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