Hace poco comencé a trabajar como periodista en Chile y me pasó algo muy curioso. Mientras hacía mi presentación oficial a los trabajadores de mi nueva empresa, uno de ellos me preguntó si yo era "Macarena Hernández, la periodista". Entonces le contesté: "Yo soy Macarena Hernández, pero no me confundas con una periodista que tiene mi nombre y que es muy famosa en Estados Unidos". Él me quedó mirando extrañado y entonces me dijo: ¿seguro que usted no tiene nada que ver con un artículo que se llama "De cómo un barco se convirtió en libertad"? En ese momento me sorprendí. Él se refería a un articulo que escribí hace 4 años atrás sobre mi abuelo Artemio y su llegada en un barco llamado Winnipeg, cuando él y su familia tuvieron que escapar de España por la guerra civil.
Esas son cosas que pasan, curiosidades de la vida. Todo pasó, mientras yo sin saberlo, el reportaje que escribí hace 4 años atrás se divulgaba por la web en mi país. Y por todo eso y mucho más quiero compartir con ustedes "De cómo un barco se convirtió en libertad", por Macarena Hernández Mateo.
Escrito en Abril 2009
"De cómo un barco se convirtió en libertad"
Este año se conmemoran los 70 años del exilio, época que algunos autores definen como el “éxodo español”. Tras la derrota en Barcelona, más de 550,000 personas cruzaron los Pirineos hacia Francia para escapar del franquismo. La familia Mateo Álvarez, nacidos en Asturias, recuerdan esa época como la más terrible y triste de su vida. Siendo niños tuvieron que vivir la injusticia de la guerra, escapar de España a Francia y desde allí, gracias a Pablo Neruda, viajar durante un mes en un barco carguero llamado Winnipeg para llegar a un país desconocido y lejano: Chile. Para ellos Winnipeg es sinónimo de esperanza: gracias a él y después de tantos años viven y pueden contar su historia.
En el año 1936 Diácono Mateo era un hombre que creía y trabajaba por la República. Su labor como dirigente político, revolucionario, comunista y republicano lo obligaba a viajar continuamente desde España a Francia y de Francia a España para transportar encomiendas relacionadas con el partido. Cuando la guerra civil estalló en España, la familia Mateo Álvarez se encontraba en París, donde vivían y estudiaban. Josefa Álvarez, esposa de Diácono, tuvo una corazonada y sintió necesaria su vuelta a España para ver a sus padres, quienes se encontraban en Asturias. Así, Diácono y Josefa volvieron a su ciudad natal, con sus cuatro hijos: Artemio de catorce años, Jesús de doce, Julia de diez y Eleonor de cinco. Cuando llegaron a Asturias las fronteras se cerraron y no pudieron escapar, viéndose de improviso inmersos en la guerra civil española, que le atañía directamente a Diácono por su implicación política en el partido comunista.
El principado de Asturias fue una de las zonas más implicadas en la guerra civil y en donde esta se desarrolló con más intensidad debido a su situación geográfica. La presencia de montañas, praderas y bosques permitió que Asturias se convirtiera en un verdadero campo de batalla. Desde el primer alzamiento militar que se llevó a cabo un 19 de julio de 1936 hasta después de catorce meses, la actividad bélica en Asturias mantuvo a la población alerta y con miedo. “Había escasez, no teníamos carbón ni comida, así es que yo, que era el mayor, junto con Jesús robábamos carbón a los vecinos para calentarnos en casa. Yo trabajaba vendiendo comida a los mineros. Les esperaba en la puerta de la mina y les daba la comida; luego ellos me pagaban” recuerda Artemio, el hijo mayor, quien también en sus tiempos libres subía a la montaña y observaba cómo los aviones Alemanes pasaban por encima de él. “Teníamos miedo a los bombardeos, porque los aviones tiraban bombas y destruían todo. Por eso cuando escuchábamos aviones nos escondíamos debajo de la mesa” cuenta Julia, la mayor de las niñas.
Diácono, dedicado completamente a la actividad política estuvo varias veces en la cárcel y burló a la muerte en muchas ocasiones. Julia recuerda que su padre contaba cómo recibió una bomba en el abdomen que le abrió una gran herida: “Mi padre se levantó, cogió sus tripas y llegó caminando al hospital más cercano”.
La situación de la familia no era buena. Artemio lo recuerda bien “Mi madre trabajaba de la mañana a la noche cargando los vagones de carbón. Jesús cruzaba un monte para ir a buscar leche a las 5 de la mañana y yo me encargaba de hacer una cola para que nos dieran un cuarto de azúcar para la familia, porque todo era racionado durante la revolución. No se podía salir a ninguna parte y había guardias civiles por todas partes. En una revolución luchan padres contra hijos…”
Los republicanos y comunistas comenzaron a desaparecer. Las tropas franquistas llegaban a casa buscando a Diácono y Josefa era la encargada de despistar la búsqueda y encubrir a su marido, quien huía constantemente de una muerte segura. Cada día que pasaba Artemio y Jesús se acercaban más a la edad requerida para luchar en el frente. “A mí me habría gustado luchar, yo habría ido a la guerra pero mis padres no querían, sobre todo mi madre” asegura Artemio, quien tenía ya 15 años. Por eso decidieron escapar a Barcelona. Julia recuerda que salieron de casa y dejaron la puerta abierta “no era necesario cerrar la puerta, no había tiempo, teníamos que escapar”.
De Asturias a Barcelona
Un tren que transportaba animales fue el medio que utilizaron para llegar a Barcelona. Tenían que escapar de forma clandestina, por eso utilizaron ese tren. Artemio comenta que viajaron junto con los animales: “Dormíamos donde estaban los animales, en la paja. Hacía frío y yo llevaba un calzoncillo de lana que me había hecho mi madre. Me comenzó a picar toda la zona que me tapaba el calzoncillo, todas las piernas porque eran largos. Le dije a mi madre que no podía más del picor y cuando me saqué el calzoncillo estaba lleno de piojos. Lo tuvimos que quemar y oíamos como sonaban los bichos al morir.”
Cuando llegaron a Barcelona la prioridad era sacar a los hijos mayores del país, de lo contrario deberían ir al frente y luchar en la guerra. Diácono arregló todo para que Artemio, Jesús y Eleonor, la más pequeña de las niñas, viajaran a Francia en donde los esperaban los abuelos paternos. Mientras tanto Josefa, Julia y Guillermo, el hijo menor quien nació durante la revolución, se quedaron en Barcelona esperando el fin de la guerra. Diacono seguía en contacto con el partido comunista y nunca estaba en casa, seguía trabajando y luchando, en ese momento más que nunca.
La zona de Cataluña junto a parte de Andalucía, de la Comunidad Valenciana, Castilla la Mancha y Murcia fueron las zonas que más resistieron a las tropas nacionalistas. Mientras en el resto de España habían triunfado las tropas franquistas, todavía a finales de 1938 en esas zonas las tropas republicanas tenían el control. Por esa razón esos lugares fueron verdaderos campos de batalla. Para proteger a la población de las bombas de los aviones se construyen en toda Barcelona refugios subterráneos. Sólo en esta ciudad se construyeron cerca de 1400 refugios antiaéreos durante la Guerra Civil. Barcelona fue desde el principio de la guerra uno objetivos prioritarios de los planes del Alto Mando del ejército nacionalista por la zona estratégica en que se encontraba, ya que era y es uno de los principales puertos comerciales del Mediterráneo. La caída de Barcelona fue un 26 de enero de 1939. Para esa fecha Barcelona habría sufrido un total de 194 bombardeos, casi todos aéreos. Se calcula que el número de víctimas fue de unos 2500 muertos y una cifra cercana a los 3200 heridos, según un estudio realizado por el historiador Andreu Besolí Martín.
Inesperadamente un día apareció Diácono abriendo la puerta de la casa bruscamente y gritó: “¡Josefa, hemos perdido la guerra, tenemos que irnos!” Josefa apresurada cogió una maleta pequeña en donde metió algunas cosas, apagó el fuego de la cocina porque en ese momento se encontraba cocinando, se puso un abrigo, cogió al bebé y a Julia y se fueron de la casa. Diácono las esperaba fuera en un camión lleno de explosivos. Josefa no tenía ya fuerzas para seguir soportando la guerra. Diácono los llevó a uno de esos tantos refugios construidos por Barcelona para proteger a la población civil. Al llegar, Diácono se bajó rápidamente del camión para ver en qué situación se encontraba todo. Julia veía a su madre cansada y sin fuerzas. “¡Julia!”, me dijo, “quedémonos aquí en el camión, no quiero ir al refugio”. Julia se quedó sorprendida pero no se movió del lado de su madre. Minutos después cayó una bomba en la puerta del refugio donde murieron todos los que estaban ahí. “A nosotros sólo nos llegó la tierra que se desprendió. Teníamos que vivir porque fue una suerte. Si hubiésemos entrado al refugio habríamos muerto” afirma Julia. Después de todo lo vivido, lo más terrible estaría por venir.
4 días y 4 noches: Los Pirineos
En el mismo camión se fueron hasta la frontera donde no dejaron pasar el vehículo. Julia recuerda que en la frontera los pararon y les dijeron “quien quiera pasar que lo haga a pie”. Así Josefa junto a Julia de doce años, el bebé quien aún no cumplía un año y una maleta comenzaron su viaje a pie por los Pirineos. Ellas no sabrían las penurias que tendrían que pasar. Era pleno invierno, había nieve y hacía mucho frío. No había comida ni agua. Julia siendo niña tuvo que vivir experiencias muy duras: “la gente se iba muriendo en el camino. Los más débiles se caían pero seguíamos avanzando. La gente no hacía nada. Seguíamos caminando sin saber a dónde iríamos. Cuando alguien se caía yo me acercaba pero no para ver si estaba vivo, yo buscaba algo para comer. Veía si traían chocolate o leche condensada, algo para alimentar al bebé y a mi madre.”
En el mismo camión se fueron hasta la frontera donde no dejaron pasar el vehículo. Julia recuerda que en la frontera los pararon y les dijeron “quien quiera pasar que lo haga a pie”. Así Josefa junto a Julia de doce años, el bebé quien aún no cumplía un año y una maleta comenzaron su viaje a pie por los Pirineos. Ellas no sabrían las penurias que tendrían que pasar. Era pleno invierno, había nieve y hacía mucho frío. No había comida ni agua. Julia siendo niña tuvo que vivir experiencias muy duras: “la gente se iba muriendo en el camino. Los más débiles se caían pero seguíamos avanzando. La gente no hacía nada. Seguíamos caminando sin saber a dónde iríamos. Cuando alguien se caía yo me acercaba pero no para ver si estaba vivo, yo buscaba algo para comer. Veía si traían chocolate o leche condensada, algo para alimentar al bebé y a mi madre.”
Fue un camino muy duro. Josefa soltaba lágrimas de vez en cuando. Durante el camino se abría la chaqueta donde estaba el bebé para ver si estaba vivo. Josefa lo llevaba muy cerca de su pecho e intentaba darle calor. Julia veía a su madre exhausta y también veía cómo el bebé no se movía. Julia recuerda que al abrir la chaqueta se desprendía humo por el frío que hacía, pero Guillermo ni siquiera lloraba: “Yo le dije a mi madre que lo tirara: “mamá tire al niño, ¡está muerto!”. Yo pensaba que estaba muerto y para el camino era una carga. Pero mi madre no quería tirarlo, lo abrazaba más y más y lloraba cada vez que lo miraba”. El camino fue largo y cansador. Julia no recuerda dónde quedó la maleta que llevaba su madre, pero sí recuerda que era un estorbo y que la mejor decisión era seguir sin ella. Anduvieron cuatro días y cuatro noches por las montañas, con miedo, con hambre y con frío. La gente moría a los pies de quienes podían seguir avanzando.
Desde los primeros días del Golpe de Estado fascista las familias que estaban vinculadas a la defensa de la República, sobre todo de aquellos que eran afiliados a partidos políticos progresistas o sindicatos, tuvieron que huir a medida que el ejército nacionalista se iba apoderando de las ciudades. En un principio el éxodo fue en el interior de España, de una ciudad a otra. Desde la caída del Frente Norte (Asturias, Santander y Euskadi) hasta la conquista de Cataluña, los vencidos intentaron huir por miedo a venganzas y represalias. Diácono era un blanco importante para el ejército nacionalista, pero él logró escapar a tiempo. Sin embargo los militares sabían dónde buscar. El padre de Josefa, quien se quedó en Asturias, fue víctima directa del encubrimiento de Diácono: fue fusilado por los nacionales ya que no quiso dar información alguna sobre el paradero de su hija, de su esposo e hijos. Sin embargo la gran huída fue hacia otros países. Aproximadamente 550,000 republicanos cruzaron a pie la frontera entre España y Francia con dirección al paso de Le Perthus. Por la magnitud del acontecimiento fue recordado por siempre en Francia con el nombre en español de “La Retirada”.
En el campo de refugiados, Francia
Cuando llegaron a tierras francesas en el mejor de los casos los trataban con indiferencia. Julia y Josefa entendían muy bien el francés por todo el tiempo que vivieron en Francia y escuchaban cómo los soldados franceses les gritaban a los españoles: “¡Vamos tuberculosos! ¡Avancen! ¡Sucios, qué mal huelen!”. En todo el recorrido por los Pirineos Guillermo no había dado señales de vida, pero en cuanto llegaron al campo de refugiados comenzó a llorar. Julia recordó que le había dicho a su madre que tirara al bebé por el camino.
Cuando llegaron a tierras francesas en el mejor de los casos los trataban con indiferencia. Julia y Josefa entendían muy bien el francés por todo el tiempo que vivieron en Francia y escuchaban cómo los soldados franceses les gritaban a los españoles: “¡Vamos tuberculosos! ¡Avancen! ¡Sucios, qué mal huelen!”. En todo el recorrido por los Pirineos Guillermo no había dado señales de vida, pero en cuanto llegaron al campo de refugiados comenzó a llorar. Julia recordó que le había dicho a su madre que tirara al bebé por el camino.
Julia llegó a Francia con la enfermedad de la sarna y con piojos: “me cogieron las francesas y me quitaron la ropa. Me bañaron con agua fría y azufre restregando un cepillo por mi piel hasta sacar sangre. Las heridas dolían mucho” recuerda Julia, quien era una niña. Llegaron como refugiados de guerra y por tanto fueron tratados como tal. A las mujeres y niños los metieron en campos de refugiados. A los hombres los hacinaron en campos de concentración. Por tanto nadie sabía si sus familiares estaban vivos o si podrían salir de ahí algún día.
Tirados en barracones. Así vivieron Josefa, Julia y Guillermo durante ocho meses. Al dormir les daban paja para que su cubrieran del frío. “La paja no era suficiente. Nosotros teníamos un niño muy pequeño al que teníamos que proteger del frío por eso yo le robada paja a quienes teníamos al lado. Durante años mi madre me agradeció y me decía que no hubiese sobrevivido si no hubiera sido por mí” afirma Julia, quien demostró una gran valentía y siendo una niña realizó las mayores proezas para proteger a su madre y a su hermano. “Nos daban muy poca comida. Para cogerla teníamos que hacer cola, pero la ración no era suficiente para nosotros por eso yo me disfrazaba con ropa que me prestaban los niños del refugio y me vestía de niño. Era impensable en esa época que una niña se pusiera pantalones, pero yo lo hacía varias veces. También me ponía gorros, me cambiaba el peinado. Todo por más raciones de comida.”
La única información que obtuvieron del exterior fueron unas listas que publicaron con los nombres de quienes se encontraban en los diferentes campos de concentración y refugios. Allí Josefa y Julia pudieron saber que Diácono estaba vivo en uno de los primeros. Ellos se habían separado en la frontera antes de salir hacia los Pirineos y desde entonces no sabían nada de él. A partir de ahí sólo podían hacer una cosa: sobrevivir.
Pablo Neruda y el Winnipeg
Durante ocho meses Julia, Josefa y Guillermo vivieron en el campo de refugiados. “Ese tiempo fue horrible, ¡yo sí sufrí la guerra!” exclama Julia con cierto resentimiento. Sus hermanos Artemio, Jesús y Eleonor pudieron escapar a salvo y se encontraban en casa de los abuelos paternos en Francia.
La situación era inaguantable. “No podíamos salir, no podíamos hacer nada, siempre nos estaban vigilando” recuerda Julia. Hasta que un día llegó una buena noticia. Era Pablo Neruda.
Reconocido poeta y escritor chileno, Pablo Neruda fue un declarado amante de España. Durante mucho tiempo había residido en Madrid y había ejercido como cónsul del gobierno chileno. Por eso tenía grandes amigos en España, tales como Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti entre otros muchos. Todos ellos unidos por una causa común: luchar contra el fascismo. Muchos intelectuales, artistas, escritores, periodistas, filósofos, pintores y profesores huyeron de España durante y después de la guerra civil.
Neruda se encontraba en su casa de Isla Negra en Chile cuando recibe la noticia del fusilamiento de su amigo García Lorca. Es Alberti quien le comunica la situación de España y quien enciende en Neruda la necesidad de ayudar. Inmediatamente el poeta pide audiencia con el presidente chileno Pedro Aguirre Cerda, a quien le transmite sus inquietudes. Neruda se encontraba profundamente conmovido por la situación de los miles de españoles que se encontraban en los campos de concentración franceses y del norte de África. En ese momento el presidente le otorga el cargo diplomático de Cónsul especial para la Inmigración Española con sede en París.
Neruda emprende su viaje hacia Francia. En ese momento tenía una pierna escayolada pero nada le impediría cumplir su objetivo. Junto a su esposa Delia del Carril se dedicaron a revisar una por una las solicitudes de los españoles que querían viajar a Chile. Neruda recibe también la ayuda del gobierno republicano en el exilio y seleccionan a dos mil quinientos potenciales inmigrantes tras la creación del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles. En la búsqueda de un transporte para el traslado sólo encuentran disponible al Winnipeg, un carguero francés que habitualmente hacía el recorrido entre Marsella y las costas africanas con no más de 20 pasajeros. Comienzan las tareas de acondicionamiento del carguero. También se procedió a la reagrupación de familias que permanecían separadas en distintos campos de concentración. Neruda recuerda en sus escritos cómo fue el momento del reencuentro: “Los trenes llegaban de continuo hasta el embarcadero. Las mujeres reconocían a sus maridos por las ventanillas de los vagones. Habían estado separados desde el fin de la guerra civil. Y allí se veían por primera vez frente al barco que los esperaba. Nunca me tocó presenciar abrazos, sollozos, besos, apretones, carcajadas, de dramatismo tan delirantes.”
La familia Mateo Álvarez se reunió otra vez. Por gran fortuna todos sus nombres estaban escritos en las listas que Neruda había seleccionado. Sin embargo todo no acabaría ahí. Jesús el segundo de los hermanos tenía una enfermedad con la que no podía viajar. Le había dado tifus y no le permitían subir al barco por riesgo de infección. En ese momento Josefa se negaba rotundamente a abandonar a su hijo. Con lágrimas en los ojos rogaba que dejaran entrar a Jesús en el Winnipeg, sin embargo era imposible su petición. Neruda se acercó a Josefa y le preguntó: “Señora, usted ¿cuántos hijos tiene?” Josefa le respondió: “Tengo 5 hijos, Señor”. Amablemente Neruda le contestó: “Señora, salve cuatro, del quinto me encargo yo”.
Diácono debía abandonar Francia. Su situación era peligrosa porque lo estaban buscando por su implicación en el partido y por ende buscaban a su familia también. Neruda logró convencer a Josefa y sin parar de llorar ésta se separó de su hijo Jesús quien desde ese momento quedaba bajo la tutela del poeta.
¿Chile? Saca el mapa para ver dónde queda
El 4 de agosto de 1939, desde el puerto francés de Trompeloup – Pauillac (cerca de Burdeos), zarpó el Winnipeg con rumbo suroeste. En el barco se respiraba gran incertidumbre. Nadie sabía qué les depararía el futuro. Muchos ni siquiera sabían de la existencia de un país que se llamara Chile. En algunas conversaciones se escuchaba cómo se preguntaban entre ellos “¿dónde queda Chile?, saca un mapa y lo buscamos”.
Sin embargo detrás de toda esa incertidumbre se respiraba un ambiente de libertad: vascos, catalanes, madrileños, valencianos, murcianos, asturianos, gallegos, aragoneses, andaluces, y de todos los lugares de España celebraban juntos el estar vivos y el haber escapado de la guerra. Julia recuerda muy bien cómo bailaban por las noches el paso doble: “mi madre me dejaba acostada en la cama y cuando ella se iba yo me escapaba para ver cómo bailaban. Me gustaba ver los bailes, sobre todo el paso doble. Pero aun era pequeña para participar de ellos, yo tenía 13 años.”
Artemio el mayor, quien tenía 17 años ya para ese entonces pasó todo el mes que duró la travesía en la enfermería: “Yo estuve mareado todo el viaje. El movimiento del barco me ponía realmente mal. No me acuerdo de nada”.
Winnipeg estuvo cruzando el Atlántico durante un mes. En Panamá el barco hizo una parada con el fin de abastecerse para poder llegar bien a Chile. “Recuerdo cuando cruzamos el estrecho de Panamá. Era muy angosto para lo grande que era el mar. Algunos de los que iban en el barco le tiraban monedas a la gente que estaba en las costas, que se tiraban al mar para buscarlas”, recuerda Julia.
La llegada al puerto de Valparaíso
En la madrugada del tres de septiembre al cuatro de septiembre de 1939 el Winnipeg arribó a Valparaíso, principal puerto chileno. Asomados por las ventanas del barco los españoles recién llegados veían las luces del puerto detrás de la neblina mañanera. Esperaron a que amaneciera para poder bajar del barco. Las vistas de Valparaíso desde el Winnipeg son las más recordadas por aquellos refugiados. Guillermo que en ese entonces tenía 2 años recuerda cómo se veían las luces del puerto:“yo era muy pequeño, pero me acuerdo cuando llegamos, me acuerdo bien”. Eleonor de ocho años también recuerda ese momento “Fue muy emocionante. Si no hubiese sido por Pablo Neruda y por el Winnipeg, estaríamos muertos”.
En Chile les esperaban con un gran recibimiento. El puerto de Valparaíso se encontraba lleno de gente que había venido para darles la bienvenida. Había también compatriotas españoles que mucho antes habían decidido emigrar a Chile. Había gente que les esperaba para darles una primera mano. Fue un sentimiento muy importante para aquellos que llegaban a un país desconocido. Después de haber vivido una guerra y de haber sido obligados a abandonar su patria por la fuerza, el recibimiento les hizo olvidar por un segundo que estaban en tierras extranjeras. “Desde el primer momento nos sentimos como en casa” añade Julia.
Más tarde muchos refugiados aportarían a Chile obras inmortales que correspondieron el gesto de humanidad del poeta. Algunos nombres destacados como Roser Bru, pintora de gran reconocimiento, José Balmes, también pintor, quien ha ganado diversidad de premios, o Leopoldo Castedo, renombrado historiador, son personajes importantes de la cultura de esa época en Chile. Fueron íconos que llegaron niños en un barco viejo llamado Winnipeg y que pasaron a formar parte importante de la cultura que les vio llegar. Un barco que les dio esperanza y les regaló la libertad.
Al llegar al puerto de Valparaíso la familia se trasladó a Santiago de Chile, capital del país, dónde irían a vivir en un principio en un hostal. Artemio con 17 años comenzó a trabajar fregando platos en un restaurante. “Vino a mí un hombre y me dijo: tú, ¿quieres trabajar? Y yo le dije: ¡sí! Y me llevó a su restaurante en el que trabajé años”. Más tarde lograron tener su propia casa. Julia tuvo que quedarse en el hogar para ayudar a su madre y en las labores mientras Eleonor fue al colegio, a estudiar.
La vida en Chile
Julia tenía trece años cuando llegó a Chile. En el barco conocería a José Tribes Cartagena, un chico de 23 años con el que más tarde Julia contraería matrimonio. Con él tuvo 5 hijos.
Al nacer la primera de sus hijas, a quien Julia le regaló su nombre, siendo aún bebé, enfermó. Julia, inexperta en su rol de madre, corrió a pedirle auxilio a Josefa. “Llevé a Julita con mi madre y le dije: “mamá, ¡ayúdame! Mi hija tiene fiebre”. Ella me contestó: “¡Tírala, hija! ¡Tírala!” recuerda Julia. Josefa no había hecho más que devolverle sus palabras. En ese momento Julia recordó sus fuertes palabras hacia su madre por el paso de los Pirineos, cuando le dijo que tirara a su hermano porque no se movía: “mi madre me dio una lección” afirma Julia. Josefa finalmente ayudó a Julia con su problema pero le hizo saber que el amor de madre es eterno y que sólo cuando se es madre se puede comprender.
Jesús, quien se había quedado con Neruda en Francia, llegaría después de un mes recuperado de su enfermedad y junto al poeta, en el mismo barco. “Cuando lo fuimos a buscar al puerto, mi hermano venía vestido de traje, muy elegante. Neruda había cumplido con su promesa” recuerda Artemio.
Y así han pasado ya 70 años desde que llegaran en ese barco viejo. Un barco que a pesar de no ser lujoso les devolvió algo mucho más importante: la esperanza, la libertad y la oportunidad de vivir. Muchos años de sacrificio les esperaban, pero no sería en vano. Hoy se encuentran felices, rodeado de sus familiares, hijos, nietos y bisnietos. Miran el pasado como algo ya muy lejano pero que aún forma parte de ellos. Sin embargo la vida es inesperada y caprichosa: Julia tiene un hijo viviendo en España junto a dos de sus nietos. Y Artemio, tiene a dos de sus cuatro hijos y a cuatro de sus cinco nietos viviendo también en España. ¿Quién les iba a decir que su descendencia volvería al país que alguna vez fue su hogar?
Una generación que vio vulnerados sus derechos más importantes. Pocos quedan ya de quienes llegaron en el Winnipeg. Los Mateo Álvarez siguen contando sus historias, anécdotas que merecen ser recordadas para no olvidar que hubo una época en que España también emigró.
Actualmente Jesús y Eleonor viven solos en sus respectivas casas y Guillermo con su mujer en la ciudad de Santiago. Artemio vive con su esposa en Santiago y sigue en contacto con su gente en Asturias, familiares lejanos, hijos de sus padrinos. Julia vive en el Hogar Español de Ancianos también en Santiago de Chile. Para ella Chile significó una nueva oportunidad. El Winnipeg le dio la esperanza que había perdido con su niñez. Y después de 70 años Julia exclama a viva voz: “¡España es mi patria, pero Chile es todo!”.

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