Yo creo. Creo que no estamos aquí por mera casualidad. Creo que todos tenemos un objetivo y una misión por la cual estamos aquí. Me es muy difícil pensar que todo es ciencia, que la única forma de conocer es por medio de la razón y que no existe un más allá. Somos mucho más de lo que conocemos de nosotros mismos y si cada uno hiciera lo que debe hacer, el mundo ardería de amor porque estamos llamados a amar y esa es la clave de la felicidad.


domingo, 12 de mayo de 2013

Sofia


Admiro a aquellas personas que se han atrevido en algún momento a hablar sobre la maternidad. Pienso que tienen un coraje y una valentía increíble. Yo no me he atrevido durante 8 meses y analizándolo bien, creo que es un pequeño temor a no poder expresar con palabras lo que significa para mí ser mamá.

Sofia es un nombre que me ha acompañado toda la vida. Es mi segundo nombre. Pero hoy tiene un significado completamente diferente para mí, dejó de pertenecerme por completo porque hoy, Sofia, es mi hija. Ella, desde el minuto cero, cuando por primera vez supe que venía en camino, se convirtió en mi razón de vivir. Y no digo que antes no tuviera razones. Al contrario. Pero son razones diferentes, razones que incluso pueden cambiar o alterarse… antes de ser madre eres libre del amor incondicional, un amor que no creo que se pueda explicar sin experimentarlo. Yo  siento eso por Sofia.  Ahora ella es mi razón y toda mi vida, en su todo, viene a partir de ahí. Todo viene después. 

Y sinceramente, no sé cómo seguir… son las ironías de la vida que, como periodista, me vea tan sobrepasada por un hecho que no pueda ni escribir… voy a comenzar desde el principio...

Recuerdo cuando por primera vez la sentí dentro de mí. Estaba sentada en el auto y de pronto se movió. Me pegó una patadita más o menos fuerte para lo pequeñita que era en aquél entonces. Llevaba sólo 3 meses y medio de vida y ya se movía como queriendo bailar samba. “Va a ser futbolista” pensé… Creo que no soy la única mamá que ha pensado eso. Me impresionó sentirla tan pronto, pero más que extrañarme, me sentí la mujer más orgullosa del mundo: mi “pirigüín” era tan movido como yo. Entonces era un hecho, ella venía en camino. No eran sólo resultados de exámenes, sino que estaba ahí escuchándome hablar, reír, llorar… aprendiendo del mundo sólo a través de mi. La conexión que me unía a ella se hizo aún más grande, y hasta hoy es una conexión irrompible, a prueba de todo.

Entonces, de pronto, comenzaron los cambios- no sólo físicos, los cuales eran evidentes- eran cambios profundos dentro de mí: de pronto prefería la fruta al café, hablar despacio a gritar,  cantar y escuchar música clásica, leer artículos relacionados al embarazo, incluso me vi completo el documental de Discovery Channel “En el vientre materno”, no sólo una vez, sino varias. Todo era nuevo, todo era diferente. Mi vida había cambiado, pero con ella yo también… sólo porque Sofia era mi más importante espectador.

Esperé, esperé y esperé, porque un embarazo es largo, pero es un tiempo sabio de preparación, para que ya desde esos 9 meses aprendiera a conocer a mi hija. Cómo se mueve, cuándo se alegra, si baila con la música, si le gusta el dulce o el salado… un tiempo hermoso de preparación. Y te sientes feliz, a pesar de las manos hinchadas, del calor casi insoportable que sufrí estando en Elche a 45º, de lo incómodo que se va haciendo dormir... Pero lo mejor de todo es que nuestros hijos ven a través de nosotras. Todo el mundo dice lo guapa que estas, lo bella que te ves. Creo que no es una casualidad que estando embarazada te veas más linda.  A través de los ojos se revela esa nueva personita que está creciendo dentro de ti. No es a mí a quien veían, era a Sofia conmigo. Es ahí donde se hace patente esa unión.

Y así llegó el gran día. Sofia tardó en salir. Todo lo bueno se hace esperar… aún más. Pero estaba tranquila, bien acompañada y feliz por la llegada de ella… esperar no era nada en comparación a la cantidad de cosas que pasaban por mi cabeza y la mezcla de sentimientos que estaba viviendo. Ahora bien, cierro los ojos y no tengo ningún recuerdo tan latente como ese momento, cuando por primera vez vi a Sofia.  Pasó algo curioso, algo similar a lo que viví cuando yo nací. Ese día llegué a este mundo llorando, muy fuerte y fue sólo cuando escuché a mi mamá que me calmé. Ella cuenta con mucho cariño esa escena que tenemos juntas y yo, la he hecho mía, aunque no recuerde ese momento. 

Con Sofia fue similar. Ella llegó y lloró desconsolada mientras yo la miraba admirada. No atiné a hacer nada más que mirarla y tocarme el vientre, era raro no sentirla dentro de mí. Entonces la enfermera rápidamente me abrió la bata. Yo seguía mirando a Sofia que seguía llorando, como si se quisiera quejar de algo, como si le hubieran quitado lo más preciado para ella. Y la pusieron encima de mí, para que me sintiera y se calmara. Y le dije: “Mi amor, soy la mamá, aquí estoy” y ella calló. Se acomodó con las piernecitas dobladas y de pronto todo había vuelto a la normalidad. Estábamos juntas y esta vez, nada ni nadie nos volvería a separar. 

 Entonces llegó Sofia, de improviso. Así, de repente, como queriendo decirme algo, “invadiendo” todo en mi vida… cambiando muchas cosas que pensaba, unas tantas prioridades y otras muchas formas de actuar. Llegó para decirme en voz muy alta: “Mamá, lo que pensabas que era amor, no tiene comparación con lo que sientes por mí”.  Y esa es la razón por la que no puedo explicarlo, porque es algo nuevo, impactante, intenso... Algo que experimento diariamente y que me llena de ternura, me cuestiona y me eleva a lo más profundo de nuestra existencia. 

En ese momento todo disminuye de importancia. Ya no son tan importantes los viajes, si no son para verla reír. Tampoco las compras, si no es para vestirla a ella. Las conversaciones cambian de nivel, las prioridades se reordenan. Definitivamente hay un antes y un después de Sofia. Y cuando lo pienso, da igual el lugar donde me encuentre, no puedo dejar de conmoverme… ha sido, sin duda alguna, lo mejor que me ha pasado en la vida. Aún hoy, 8 meses después de su llegada, me acuesto junto a ella y la miro. Miro sus ojos junto a esa mirada profunda, intensa e inocente. Sin mucho que contar pero con mucho por ver. Completamente transparente y limpia. Y lloro. Me sale una lágrima inconsciente. No ha habido ni una sola vez desde que nació Sofia que no llore cuando la miro a los ojos así, intensamente. Y no es que yo sea extremadamente sensible, es que me abruma el amor que siento por ella. Me abruma el amor que experimento siendo madre. 

Hoy, soy de ella. Le pertenezco por completo. Nada puede desviarme de ese amor. Todo lo que hago, todo lo que pienso pasa por ella… es para ella y por ella. El amor de madre no es como lo han descrito tantas veces miles de libros y de poetas. El amor de madre va mucho más allá, es algo indescriptible. Y la única manera de conocerlo a la perfección es experimentándolo. 

No queda más que agradecer cada minuto de mi vida por la bendición de ser madre. Agradecer todos los momentos que estoy junto a Sofia, agradecer cada vez que la veo reír, caminar, comer… y crecer. ¡Porque estoy aquí para eso! He caminado toda mi vida para este momento: ser madre de Sofia. Podré lograr muchas cosas en mi vida, estoy segura de eso: podré ser una gran profesional, comprarme una casa o viajar, pero ninguna de esas cosas jamás superará lo que he logrado con Sofia. 

El momento no se busca, el momento llega y cuando eso pasa, hay que saber responder, con amor, con entrega, porque ese es sin duda ¡ EL CAMINO A LA FELICIDAD! 

Sofia es mi felicidad...

3 comentarios:

  1. Es increíble. No se me ocurre otra palabra mejor que refleje lo que he leído. Es maravilloso como describes cada sentimiento, cada experiencia... Os adoro...

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar

Twitter